Aquello que admiras en otros, y muchas veces desearíamos tener, es en algunos casos una habilidad, característica, don, talento, etc. que yace dormido en nuestro interior y está pulsando por salir y brillar.
Al prestar oídos a las voces externas que no conocen nuestro verdadero potencial y creerlas ciegamente, pensando que nos conocen nuestro verdadero potencial y creerlas ciegamente, pensando que nos conocen mejor que nosotros mismos, es cuando convertimos esas palabras ajenas en rocas que entierran en el olvido nuestro verdadero yo. Con el tiempo cada roca se convierte en vergüenza, timidez, autorrechazo, abandono, etc. haciendo la carga tan pesada que impide nuestra propia evolución.
Pero aunque pase el tiempo, no todo está perdido; porque al ser algo inherente a nosotros mismos y que se nos fue concedido por derecho divino, nunca perecerá, y esto podemos advertirlo al sentir como al reconocer eso mismo en otro ser vivo, nuestro interior se enciende cálidamente, se siente atraído hasta el punto de reconocer ese brillo y energía y mostrarnos en forma de anhelo que puede ser posible en nuestro ser con el fin de llegar a la evolución, lo que sería el diseño original de nuestro ser.
Pero todo este proceso debe ser guiado por el amor sano. Un amor propio que nos permita el autoconocimiento, el autocuidado y el despertar interno de todo aquello que nos guiará por el verdadero camino de la evolución, hasta lograr que te sientas pleno y seguro contigo mismo y de quien eres, sin trampas y sin atajos, que lo único que hacen es alimentar las emociones y sentimientos negativos como el autorrechazo, la envidia, el egoísmo, la discordia, etc.
Este brillo se ha de reconocer como una antorcha en el corazón de cada ser humano; que al unirse y trabajar en comunidad se transforma en una hermosa hoguera que da luz y calor a todos los que la rodean.